Es muy difícil adivinar la causa del llanto de Federer en la entrega de premios del Open de Australia, pero se notaba que era gimoteo sentido y con pocas dosis de rabia. Nadie dudará a estas alturas de la grandeza del tenista y de todo lo que ha conseguido, siempre con caballerosidad, en la pista.
Mientras millones de personas, incluido Nadal, observábamos al afligido con ternura y comprensión, su novia permanecía impasible y no parecía conmovida. Y es que el campeón suizo es genial en todo menos en la elección de la pareja.
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